Laicidad y laicismo en Europa hoy
¿donde estamos?
“Coloquio Humanismo
y laicismo”, Valencia, 17 noviembre 2017
Giulio
Ercolessi, presidente de la Federación Humanista Europea
(Audio)
Buenas tardes y bienvenidos a todos.
Y muchas gracias a Manel Salido y a Raquel Ortiz
por proponer la idea de organizar este coloquio hoy y tener
mañana en Valencia la
reunión de nuestra junta directiva.
Nuestra Federación Humanista Europea
busca
representar, ante todas las instituciones europeas – la
Unión Europea y sus
órganos, el Consejo de Europa y la Organización
para la Seguridad y la
Cooperación en Europa – las demandas
políticas y los intereses de la gran y
creciente parte de la población europea que reclama igualdad
de derechos y el
reconocimiento de la igualdad de dignidad social para todos los
ciudadanos,
independientemente de si son o no son creyentes de cualquier
religión. Y exige
que las leyes de nuestros países y de nuestra Europa no
estén condicionadas – o
las libertades individuales limitadas – por las opiniones,
creencias y
prejuicios propios de los ciudadanos que se identifican a sí
mismos en las religiones
tradicionales, o en las más recientemente establecidas (o
re-establecidas) en
nuestras sociedades.
Es un hecho que Europa, que hace mil
años coincidió
en gran medida con la cristiandad – no en todas partes, sin
embargo, y no aquí
en España – es hoy el más
secularizado de los continentes.
Sin embargo, aunque con grandes diferencias de
país
a país, la mayoría de los principales partidos
políticos nacionales, muchos de
los principales medios de comunicación, y el peso de leyes,
reglamentos y
tradiciones sociales obsoletas pero aún existentes, siguen
respetando más a las
instituciones y a las personas religiosas, canalizando más
recursos públicos en
manos de los poderes religiosos tradicionales, y, tal vez sobre todo,
siguen
limitando arbitrariamente la libertad y la autodeterminación
individuales en
muchos países de la UE, incluso en el ámbito de
la privacidad, especialmente
cuando se trata de la vida sexual, de cuestiones de nacimiento y
muerte,
educación de menores y libertad de investigación
científica.
Los lobistas y activistas religiosos tradicionales y fundamentalistas
son muy
activos en Bruselas y en todos los niveles de la vida de las
instituciones
europeas y de sus órganos.
El intento más insidioso que tantearon
hace años es
una historia vieja pero aún hoy reveladora: cuando se
discutió un diseño de
constitución europea – y no importa
aquí lo que cada uno de nosotros piense de
la construcción europea – el intento de recordar
las llamadas "raíces
cristianas" de Europa en el preámbulo no era una
afirmación cándida e
inocente: lo que se reivindicaba era un principio exegético,
un criterio a ser
implementado en la interpretación de todo el sistema legal,
creando así una primera
y una segunda clase de ciudadanos. Aunque los grupos
políticos que defendían ese pedido no son identificables
con aquellos que hoy solemos llamar populistas, la lógica detrás de ese intento fue muy similar.
De hecho, el
mayor desafío que los demócratas y laicistas
encontramos hoy es la erosión de
los valores históricos más preciados
típicos de nuestra común identidad
cívica
(derechos humanos, la supremacía de la ley, el derecho a la inconformidad y a la
autodeterminación individual, que son gran parte de lo que
podemos llamar el
acervo, no sólo legal sino cultural y civil, europeo). Y eso
por iniciativa de políticos populistas, que
paradójicamente
se hacen pasar por los guardianes de nuestra identidad y
tradición
"real", y que de hecho quisieran desmantelarla, y encerrarnos a todos
en recintos comunitarios cerrados, homogéneos y mutuamente
hostiles, cuanto más
pequeños y más controlados, mejor.
Ese intento fue derrotado y no se
volvió a proponer
en el Tratado de Lisboa y, por lo tanto, en el texto actual de los
tratados
europeos. El artículo 17 del Tratado de Funcionamiento de la
Unión Europea
establece hoy que la UE "reconoce la identidad y la aportación específica" tanto de las
"iglesias y asociaciones o comunidades religiosas" como de las
"organizaciones filosóficas y no confesionales", en un plano
de
igualdad, y que, por lo tanto, la Unión “mantendrá un diálogo
abierto, transparente y regular con
dichas iglesias y organizaciones".
La Federación Humanista Europea, con
sus cerca de
sesenta organizaciones miembro, es el principal sujeto no confesional
reconocido de este diálogo, digamos constitucional, con las
instituciones
europeas. Junto con otras organizaciones, tenemos la tarea de
representar a las
decenas de millones de europeos que se oponen a los reclamos de
activistas
religiosos tradicionalistas, fundamentalistas y a menudo abiertamente
reaccionarios, que cada día presionan activamente a las
instituciones europeas
para tratar de defender y adquirir más privilegios y
recursos públicos y para reducir
nuestras libertades y nuestros derechos de autodeterminación.
Es por eso que realmente necesitamos la ayuda de
todos los europeos de ideas afines, por eso tenemos que coordinar los
esfuerzos
de todas las organizaciones humanistas, laicistas y racionalistas de
Europa.
Nuestra federación es al mismo tiempo
una organización que defiende la
libertad y los derechos humanos de todos y la igualdad de dignidad
social a
nivel político y legal, y el derecho de los no creyentes a
que nuestras
posturas de vida sean reconocidas tanto por los poderes
públicos como por la
sociedad.
Kaja enfocará su
presentación en el humanismo como postura de vida, y en
particular en la necesidad de ayudar a cada individuo a ver reflejada
su
filosofía de vida en las ceremonias que marcan la vida
individual de cada
persona.
En los minutos que me quedan, me
gustaría llamar vuestra atención sobre
otra dificultad que siempre tenemos al abordar estos problemas a nivel
europeo,
en un entorno multilingüe. Las palabras importan cuando
tratamos con
definiciones políticas que están profundamente
enraizadas en la historia de
diferentes partes de Europa.
Desafortunadamente todavía nos falta un
vocabulario común. Pero un primer
paso en esa dirección podría ser el de tratar de
construir dicho vocabulario común
por lo menos dentro de familias de idiomas similares.
Una controversia embarazosa pero reveladora se
planteó en Italia en las
últimas décadas.
La controversia fue nada menos que sobre el
proceso de construcción de la
nación por el estado italiano en el siglo XIX. Cuando la
populista Liga del
Norte seguía pidiendo la separación del norte de
Italia del resto del país (hoy
ya no la pide), la supuesta fragilidad de la
nación
italiana se atribuyó al nacimiento de Italia como un estado
laico y a la
actitud anticlerical o fuertemente laica de ambos liberales moderados y
radicales en el llamado Resurgimiento italiano. Nuestros antepasados
no
habrían sido capaces, según la controversia,
construir Italia sobre la sólida
base del difundido sentimiento religioso popular, como lo
habían echado los
Estados Unidos un siglo antes, mientras que nuestra
unificación nacional seria
tributaria de la tradición anticristiana del laicismo
francés.
La conclusión fue que
deberíamos aprender a ser laicos pero no laicistas.
Laico y laicista se corresponden en todas las lenguas romances, e
incluso si el
proceso de construcción de la nación italiana no
tiene nada que ver con el de
España, estoy seguro de que estáis muy
familiarizados con este argumento.
Hay por lo menos dos disparates notables en este
argumento.
El primero es dar a entender que la iglesia
católica siempre había sido lo
que finalmente se vio obligada a convertirse en la segunda mitad del
siglo
pasado por la fuerza de la Ilustración, del liberalismo, de
la modernización,
de la secularización. La mayoría de nuestros
contemporáneos son dirigidos por
medios de comunicación que han decidido silenciar
– o ellos mismos más
probablemente no saben – que, antes de la
afirmación del totalitarismo moderno,
la iglesia católica había sido el enemigo
más claro de la libertad de
conciencia, y casi hasta el concilio Vaticano II estuvo mucho
más inclinada a
colaborar con todo tipo de fascismos que con cualquier tipo de
democracia laica.
Las autoridades de la iglesia católica afirmaban, hasta los
años cuarenta del
siglo XX, que perseguir a los judíos era sí
ilegítimo, pero que discriminarlos
no solo era legítimo sino también necesario.
Construir identidades nacionales
sobre la herencia católica en el siglo XIX habría
significado no construir una
nación moderna y liberal, sino fuertemente autoritaria.
Para aquellos que pueden pensar que estoy
exagerando, aquí hay una cita del
padre Pietro Tacchi Venturi, uno de los jesuitas más
eminentes de su tiempo.
Días después de la caída del
régimen fascista en el verano de 1943 el se
encontró con las nuevas autoridades italianas, para
discutir, entre otras, las
leyes antijudías introducidas en 1938. Después de
esa reunión escribió una
carta al Secretario de Estado del Vaticano Luigi Maglione.
Según las
instrucciones escritas recebidas por el cardenal el 18 de agosto, en su
reunión
con las nuevas autoridades italianas, “Había
evitado incluso mencionar la
posibilidad de una abrogación total de una ley que, de
acuerdo con los
principios y tradiciones de la Iglesia Católica, contiene
partes que merecen
ser abrogadas, pero también otras que merecen ser
confirmadas”.
Lo que también es falso en el antedicho
argumento es la contraposición
misma entre los modelos estadounidense y francés, que más
bien deberían ser ambos opuestos a la
situación de no separación que es
típica de los estados donde se establece una iglesia
nacional, o donde los
concordatos aseguran privilegios o recursos públicos para
una (o más de una)
confesión particular. Los “padres
fundadores” de la Constitución estadounidense
no eran santurrones (como se puede decir que lo habían
sido
los "padres peregrinos", pero más que un siglo antes):
Thomas
Jefferson fue el inventor de la fórmula del "muro de
separación"
entre las iglesias y el estado, no menos que Aristide Briand, un siglo
después,
en Francia, y él y sus amigos no eran menos anticlericales
que los ilustrados
franceses de la misma época.
Si esto también parece exagerado, esto
es lo que Thomas Jefferson escribió
en una carta a Horatio G. Spafford el 17 de marzo de 1814:
“En cada país y en
cada época, el cura ha sido hostil a la libertad.
Él siempre está en alianza
con el déspota, encubriendo a sus abusos a cambio de
protección para sus
propios”. (Este “siempre”, tal vez,
podría aparecer un poquito exagerado,
incluso a los ojos de muchos de nosotros los humanistas y laicistas de
hoy).
Sobre todo, si definimos como laico un estado o
poderes públicos que son
imparciales y neutrales hacia las creencias religiosas o no religiosas
de sus
ciudadanos y hacia sus asociaciones, sería
lingüísticamente incómodo, en todos
nuestros idiomas, llamar también laicos a aquellos que
abogan por los poderes
públicos de ser laicos, es decir, neutrales, porque no hay
ninguna razón para
que los individuos deban estar
personalmente "neutrales"
en este dominio. Es decir que en mi opinión
deberíamos estar orgullosos de
llamarnos laicistas en lugar de laicos: somos laicistas porque
reclamamos que
sea laico el poder, y no necesariamente neutrales los ciudadanos.
Especialmente
en tiempos en que todos los católicos que no son sacerdotes
pretenden llamarse
a sí mismos laicos, y cuando incluso algunos obispos suponen
que tienen derecho
a llamarse a sí mismos laicos (al menos en su capacidad de
ciudadanos) mientras
que defienden todas la posiciones políticas y clericales y
los privilegios de
su iglesia.
Este es solamente un pequeño ejemplo
lingüístico de que es importante para
nosotros cooperar y unir fuerzas para evitar que nuestros adversarios
se
aprovechen de nuestra débil coordinación
(¡tened en cuenta que ellos siempre
están muy bien coordinados!).
Pero también los problemas
políticos internos, que en cada uno de nuestros
estados tenemos en este ámbito, se pueden abordar mejor si
tenemos una agenda europea
conjunta y somos capaces de utilizar el patrimonio constitucional
común de las
democracias europeas – y comenzando con los principios
recogidos en la Carta de
Niza – para avanzar nuestras demandas tanto a nivel europeo
como a nivel
estatal, regional o municipal.
España ganó muchos puestos
en los últimos años en el dominio de las
libertades individuales relacionadas al proceso de
secularización, aunque aún
queda mucho por lograr, especialmente en el ámbito de la
separación, de los
recursos públicos para la iglesia y de la
educación de los menores. Pero todos
los europeos, y especialmente los de Europa central y oriental,
necesitamos mutua
ayuda para avanzar hacia una mayor laicidad, igualdad de respeto y de
dignidad
social por todos, creyentes o no creyentes.
Gracias por toda la ayuda que podáis ofrecer para
fortalecer nuestro empeño común.